Estás por nacer, Antonia. El espacio que ocupás en mi panza es tan grande que así como estoy, sentada en una camilla, me tapás tres cuartos de los muslos. Va a empezar la cesárea y manda la obstetra. Responde López, un anestesista con cara de loco que me va a colocar la epidural, una inyección del largo de un cuchillo en la espalda.
A papá no lo dejaron entrar al quirófano. El hospital no permite que los padres vean a sus hijos nacer por cesárea. Pero sí permite que haya una radio. Es 2010 y Ricardo Fort todavía está vivo. Tan vivo que se nos presenta a enfermeros, médicos y ayudantes en una canción que suele bailar en la tele y que esta noche de febrero suena en una radio en este hospital de Bahía Blanca.
I know you want me
You know I want cha
I know you want me
You know I want cha
—Qué raro es vivir el nacimiento de mi primera hija con Ricky Fort —digo.
La epidural hace efecto y se me duerme el cuerpo de la cintura hacia abajo. Me acuestan. Me empiezan a temblar manos y boca. Siento como si me tocaran la panza o me pasaran un trapo, pintaran, limpiaran: no sé. Alguien coloca una sábana frente a mí que me tapa toda la escena. A partir de ahí es sólo escuchar e imaginar. A la obstetra, a López y a Ricky Fort.
—¡¡¡Vamos López!! ¡¡Ahora!! Espere. ¡¡Vamos!! Pare. ¡¡Vamos López!! Espere. I know you want me You know I want cha. Empuje, vamos. ¡¡Ahora!! Espere. Espere, López.
López empuja el peso de su cuerpo sobre mi panza, a la altura del esternón, mientras la obstetra mete las dos manos por la incisión que me hizo en la ingle e intenta agarrar tu cabeza, Antonia. Una, otra y otra vez. Te resbalás. No hay caso, no te puede sacar.
Llevás 38 semanas en la panza; no 40, como se supone debe ser. Pero tenés que salir sí o sí. Tengo colestasis gestacional, mi hígado funciona cada vez peor y es peligroso, te podés intoxicar ahí adentro.
Por fin la obstetra te saca. Eso sí, con un instrumento que recuerda a fórceps. Cesárea y fórceps: parece un experimento nazi. No hay llanto, no te veo. Pasan diez segundos y de repente: un aullido. Me largo a llorar. Suelto un llanto finito, alienado, uno que nunca tuve y que sólo repetiré una vez más, cuando nazcas vos, María, dentro de tres años.
Una enfermera te envuelve y te acerca a mi cara. Estás tan azul como el ambo de esa enfermera, Antonia.
—Hola bebita —te digo.
Me explican que te tienen que dar oxígeno y te llevan a Neonatología. Quedo desencajada, temblando; no entiendo nada. Y suena en mi cabeza:
I know you want me
You know I want cha
I know you want me
You know I want cha

Es increíble, Maru. Esta historia ya la leí y desde entonces, cada vez que sonó esta canción, pensé en vos y tu experiencia 😉
Jaja! Me engachaste repitiéndome. Nunca pensé que alguien se acordaría. Beso grande y gracias por la buena onda, Patita.
Ya lo creo que estaba azul y pequeñita y vos tardaste en salir, pero gracias a Dios fue un momento de susto y de inmensa alegría. Te quiero. Besitos
Era la pitufina, pobre Tona. Beso mami.
Me acuerdo de ese momento!
Qué bueno leerlo en tus palabras.
Inolvidable. Gracias Elvi.
Ay lele. Lo q lloro. Y la historia de Maria en el subte es genial. Son las 7 y acá estoy. Solita en la.cocina con el celu y elquedelele.
Qué linda Ceci desayunando y leyendo, te quiero.
Soy Ceci. Obvio.