No parece viernes

«Sólo con filón o moto van a poder», dice un vecino en el chat de mi barrio el viernes 7 de marzo de 2025 a las 14:28 en Bahía Blanca. Necesita que alguien busque a su mamá atrapada en la inundación. Corrige: «Gomón».

Es viernes. No parece. No parece nada. Es un día envasado al vacío.

En un año y tres meses los bahienses hemos tenido tres temporales compitiendo a cuál más daño. En orden: viento (un sábado), granizo (un domingo) y agua (un viernes). Siempre en fin de semana. Como en un Tetris, a unos nos cayó un árbol de raíz en el patio, a otros bollos en el auto y ahora, a miles, inundación en cocina, pieza, baño. A casi todos nos ha afectado uno u otro temporal, capaz dos o los tres.

El mismo día del último temporal, el de los 16 muertos, el peor y el más televisado, los que tuvimos la suerte de no tener que salir en el momento a pedir un gomón o sacar barro, capaz que sentimos algo así:

  • Corte de energía eléctrica y de agua corriente.
  • Radio LU2 AM 840
  • Encierro e hija diciendo que quiere salir porque es un ser humano.
  • Culpa de estar seco: ¿Cómo ayudar? Hay gente que ya está ayudando. ¿No voy a ayudar yo? ¿Qué soy, mala? ¿Salgo? En la radio dicen que mejor no y menos en auto; se hacen olas.

Apocalypse Now

Escribo esto 12 días después y algunas zonas aledañas al arroyo Napostá siguen sin energía eléctrica por seguridad. Cientos de casas tienen una pila con sus muebles y pertenencias que ya no sirven en la vereda. En algunas esquinas hay olor a podrido. Mosquitos, algunos con manchas blancas en las patas. En los hospitales —voy a dos esta semana, mi hija María justo va y se quiebra el brazo andando en bicicleta— hay muchas consultas por vómitos y diarrea. Un hospital militar montado en una carpa a lo Apocalypse Now está en el playón del Bahía Blanca Plaza Shopping y tiene a los médicos, radiólogos y enfermeros más amables.

Ayudar como estímulo

Alguien pone en Twitter: «En Bahía Blanca hay más ropa que en todo el continente asiático». Acabo de ver un contenedor con cosas para tirar lleno de ropa y zapatillas en buen estado. La televisión nacional nos ha transmitido por más de una semana y el país ha reaccionado.

Clasificando donaciones aparece un shampoo Dove usado cerrado con cinta. Alguien de algún lado pensó «esto tiene que servir igual», lo puso en un paquete y mandó. Fue lo que pudo. Camiones y camiones de colchones. Agua envasada como para dos provincias.

Sobre nuestra propia pulsón de ayuda, la bahiense, la de los brazos cargando y descargando Amaroks para que vayan a los barrios embarrados, limpiando, cocinando, lavando ropa, incluso si en la propia casa también había barro: no es nobleza ni (sólo) empatía. Es más bien impulso, espasmo. Un neurólogo bahiense, Ramiro Linares, pone esto en su Facebook: «El sentirnos útiles para que otro pueda estar un poco mejor no se olvida y ese acto genera un estímulo cognitivo».

Bahía Blanca, capital nacional del cambio climático

Va de nuevo: en 15 meses en Bahía Blanca tuvimos un sábado al atardecer con vientos de 150 km/h, un domingo a la hora de la siesta con piedras como pelotas de golf y un viernes a la mañana de 320 milímetros de lluvia en seis horas.

La expresión, solemne y desgastada, cambio climático suena a foto de pingüino empetrolado, a la palabra «neoliberalismo», a consigna de organización de izquierda con sospechas de corrupción. Vivimos en un país empobrecido, sí; tenemos otras prioridades, sí; a Bahía Blanca le hacen falta obras, por supuesto, pero entre lo peor de nuestro tiempo está la alteración del clima por factores naturales y, sobre todo, la actividad humana. Quien lo niegue está en todo su derecho de ir y hablar con perros muertos.

Así que, adaptación

Alerta, ciencia. Amarillo, naranja, rojo, nuestro pantone meteorológico. Última moda en ataques de pánico. Esta vez nos salvó, porque el aviso llegó el día anterior y en el color adecuado, naranja, naranja grave, y entonces el municipio suspendió clases y actividades. Que si no, la tragedia hubiese sido muchísimo peor. Pero venimos de amarillos fallidos, de mucho cuento del pastorcito: de demasiadas alertas que terminaban en brisas y lloviznas y a las que ya no se llevaba el apunte. Mañana hay alerta amarilla. Es viernes.

Si trabajara en comunicación en el Servicio Meteorológico Nacional —presentaría el CV—, buscaría reforzar la difusión de lo que en serio es grave, es decir, las alertas naranja y roja, pero muy diferenciado de las alertas amarillas. Porque si no se mezclan, la comunicación se empasta y falla.

Acá mismo en Bahía, en la zona industrial y portuaria de Ingeniero White, existe un sistema de sirenas en caso de accidentes tecnológicos o fugas tóxicas para que la gente tome medidas de autoprotección (cosas de Springfield). Me pregunto si con el clima no debería haber algo así. Si, dado que Bahía parece estar tan afectada por el cambio climático, no habría que desarrollar un sistema de alerta más categórico y específico; digital, por supuesto, pero analógico también, para eventos climáticos de extrema gravedad. Similar a lo que usan en lugares donde ocurren desastres naturales con periodicidad.

Porque medio que en Bahía ya somos Miami. O alguna zona del Caribe con huracanes. O Pucón, Chile, con alertas de terremotos y un volcán activo al lado. Un lugar con eventos en serio.

Esta vez fue todo agua y sólo agua. Pero nuestro viejo conocido, más bahiense que el ‘pero’ al final de una oración, sigue ahí. Arranca ramas de eucaliptus, genera energía renovable, nos despeina y saca puteadas, bromas y carteles. A ese sí que no le importa que sea viernes, lunes, nada.

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